lunes, 27 de julio de 2020

"Para los nostálgicos de esas moralejas que siempre están de actualidad y que jamás se hacen viejas"

EL VIAJERO

Fría, glacial era la noche. El viento silbaba medroso y airado, la lluvia caía tenaz, ya en ráfagas, ya en fuertes chaparrones; y las dos ó tres veces que Marta se había atrevido á acercarse á su ventana por ver si aplacaba la tempestad, la deslumbró la cárdena luz de un relámpago y la horrorizó el rimbombar del trueno, tan encima de su cabeza, que parecía echar abajo la casa.

Al punto en que con más furia se desencadenaban los elementos, oyó Marta distintamente que llamaban á su puerta, y percibió un acento plañidero y apremiante que la instaba á abrir. Sin duda que la prudencia aconsejaba á Marta desoírlo, pues en noche tan
espantosa, cuando ningún vecino honrado se atreve á echarse á la calle, sólo los malhechores y los perdidos libertinos son capaces de arrostrar viento y lluvia en busca de. aventuras y presa. Marta debió haber reflexionado que el que posee un hogar, fuego en él, y á su lado una madre, una hermana, una esposa que le consuele, no sale en el mes de Enero y con una tormenta desatada, ni llama a puertas ajenas, ni turba la tranquilidad de las doncellas honestas y recogidas. Más la reflexión, persona dignísima y muy señora mía tiene el maldito vicio de llegar retrasada, por lo cual sólo sirve para amargar gustos y adobar remordimientos. La reflexión de Marta se había quedado zaguera según costumbre, y el impulso de la piedad, el primero que  salta en el corazón de la mujer, hizo que la doncella, a través del postigo, preguntase compadecida: ¿Quién llama?, Voz de tenor dulce y vibrante respondió en tono persuasivo: Un viajero. Y la bienaventurada de Marta, sin meterse en más averiguaciones, quitó la tranca, descorrió el cerrojo y dió vuelta á la llave, movida por el encanto de aquella voz tan vibrante y tan dulce.

Entró el viajero saludando cortésmente; y quitándose con gentil desembarazo el chambergo, cuyas plumas goteaban, y desembozándose la capa, empapada por la lluvia, agradeció la hospitalidad y tomó asiento cerca de la lumbre, bien encendida por Marta. Ésta apenas se atrevía á mirarle, porque en aquel punto la consabida 'tardía reflexión empezaba á hacer de las suyas, y Marta comprendía que dar asilo al primero. que llama es ligereza notoria. Con todo, aun sin decidirse á levantar los ojos, vió de soslayo que su huésped era mozo y de buen talle, descolorido, rubio, cara linda y triste, aire de señor acostumbrado al mando y a ocupar alto puesto.

Sintiose Marta encogida y llena de confusión, aunque el viajero se mostraba reconocido y la decía cosas halagüeñas, que por el hechizo de la voz lo parecían más; y á fin de disimular su turbación, se dió prisa á servir la cena y ofrecer al viajero el mejor cuarto de la casa, donde se recogiose á dormir. Asustada de su propia indiscreta conducta, Marta no pudo conciliar el sueño en toda la noche, esperando con impaciencia que rayase el alba para que se ausentase el huésped. Y sucedió que este, cuando bajó, ya descansado y sonriente, á tomar el desayuno, nada habló de marcharse, ni tampoco á la hora de comer, ni menos por la tarde; y Marta, entretenida y embelesada con su labia y sus paliques, no tuvo, valor para decirle que ella no era mesonera de oficio.

Corrieron semanas, pasaron meses, y en casa de Marta no había más dueño ni más amo que aquel viajero á. quien en una noche tempestuosa tuvo la imprevisión de acoger. Él mandaba, y Marta obedecía sumisa, muda, veloz corno el pensamiento. No creáis por eso que Marta era propiamente feliz. Al contrario, vivía en continua zozobra y pena. He calificado de amo al' viajero, y tirano debí llamarle, pues sus caprichos despóticos y su inconstante humor traían á Marta medio loca. Al principio el viajero parecía obediente, afectuoso, zalamero, humilde; pero fue creciéndose y tomando fueros, hasta no haber quien parase con él. Lo peor de todo era que nunca podía Marta adivinarle el deseo ni precaverle la desazón: sin motivo ni causa, cuando menos debía temerse! Ó
esperarse, estaba frenético ó contentísimo, pasando, en menos que se dice, del enojo al halago y de la risa á la rabia. Padecía arrebatos de furor y berrinches injustos é insensatos, que á los dos minutos se convertían en transportes de cariño y en placideces angelicales; ya se emperraba .como un chico, ya se desesperaba como un hombre; ya hartaba á Marta de improperios, ya le prodigaba los nombres más dulces y las ternezas más rendidas.

Sus extravagancias eran a veces tan insufribles, que Marta, con los nervios de punta, el alma de través y el corazón a dos dedos de su boca, maldecía el fatal momento en que dió acogida á su terrible huésped. Lo malo es que cuando justamente Marta: apurada la
paciencia iba a saltar y a sacudir el yugo, no parece sino que él lo adivinaba, y pedía perdón con una sinceridad y una gracia de chiquillo, por lo cual Marta no sólo olvidaba instantáneamente sus agravios, sino que, por el exquisito goce de perdonar, sufriría tres veces las pasadas desazones.

 ¡Qué en olvido las tenía puestas cuando el huésped, á medias palabras y con precauciones y rodeos, anunció que ya había llegado la ocasión de su partida! Marta se quedó de mármol, y las lágrimas lentas que le arrancó la desesperación cayeron sobre las manos
del viajero, que sonreía tristemente y murmuraba en en vos baja frasecitas consoladoras, promesas de escribir, de volver de recordar. Y como Marta, en su amargura balbucía reproches, el huésped, con aquella voz de tenor dulce y vibrante, alegó por vía de disculpa: « Bien te dije, niña, que soy un viajero. Me detengo, pero no me estaciono; me poso, no me fijo. » Y habéis de saber que sólo al oir esta declaración .franca, sólo al sentir que se desgarraban las fibras más íntimas de su ser, conoció la inocentona de Marta que aquel fatal viajero era el Amor, y que había abierto la puerta, sin pensarlo, al dictador cruelísimo del orbe. Sin hacer caso del llanto de Marta (¡para atender á lagrimitas está él!), sin cuidarse del rastro de pena inextinguible que dejaba en pos de sí, el Amor se fue, embozado en su capa, ladeado el chambergo  cuyas plumas, secas ya, se rizaban y flotaban al viento bizarramente
en busca de nuevos horizontes, á llamar á otras puertas mejor trancadas y defendidas.

Y Marta quedó tranquila, dueña de su de temores, de alarmas, y entregada á la compañía de hogar, libre de sustos, la" grave y excelente reflexión, que' tan bien aconseja, aunque un poquillo tarde. No sabemos lo que habrán platicado; sólo tenemos noticias ciertas de que las noches de tempestad furiosa, cuando el viento silba y la lluvia se estrella contra los vidrios, Marta, apoyando la mano sobre su corazón, que le duele á fuerza de latir apresurado, no cesa de prestar oído, por si llama, a la puerta el huésped.


EMILIA PARDO BAZAN


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