LOS CONSEJOS DE UN PADRE
Toda grandeza acaba: las montañas se
desmoronan, y hechas polvo van al fondo del mar;
los imperios se derriban, las glorias se apagan, y apenas dejan chispas en las
lejanías de lo pasado; el Sol se apagará también, todo es cuestión
de tiempo, y no dejará más que una osamenta fría rodando por el espacio.
¡Qué mucho que el león; el rey de las
selvas, agonizara en el hueco de su caverna!
Fue poderoso ; le llegó Su hora y empezaron las boqueadas de su agonía.
A su lado estaba su hijo, el nuevo león, el príncipe heredero de los bosques, el rey futuro de todos los animales.
El monarca moribundo, y más que el monarca el padre, le daba penosamente el último consejo, el más importante.
- Huye del hombre -le decía: - huye
siempre; no pretendas luchar con él.
- Eres señor absoluto de los demás
animales, no les temas; domínalos, castígalos, devóralos si tienes hambre.
Con todos puedes luchar, á todos
puedes vencer; pero no pretendas luchar con el hombre: te daría muerte y sin
piedad, porque es cruel, más cruel que nosotros.
- ¿Tan fuerte es el hombre? - preguntó el hijo.
- No es fuerte, no - replicó el
padre. - Y continuó diciendo: - De un latigazo de tu cola le podrías lanzar por
los aires como al más miserable animalejo.
- ¿Sus dientes, sus colmillos, son
poderosos? - Son despreciables y ridículos: valen menos que los de un
ratoncillo. - ¿Sus uñas, son tan potentes como mis zarpas? - Son mezquinas,
ruines y á veces las lleva sucias; no, por las zarpas no conseguiría vencerte. - ¿Tendrá melenas como éstas, que nosotros
sacudimos orgullosos? - No las tiene, y algunos son calvos.
Aquí el león moribundo abrio
enormemente la espantosa boca: ó fue que quiso reir y no pudo, ó fue que cmpezaba
el estertor.
- y las hembras de ese animal, ¿son
temibles? El leonazo hizo un movimiento como para levantarse; pero no pudo y se
quedó pensativo, entornando los ojos y respirando penosamente con el hipo de la
agonía ..
Hizo un esfuerzo y dijo al fin: - La
hembra del hombre es una real hembra; pero es más temible que el macho. - ¿Es
mucha su fortaleza? - Parece que no; pero es grande. ¿Y tiene uñas,
colmillos y dientes? - ¡Vaya si tiene colmillos y uñas! - ¿y melena?
- ¡Ah! ¡Hermosísima! y el león lanzó
el último rugido; después sólo pronunció estas palabras: - mi consejo, mi
último consejo; no luches con el hombre... huye... huye del hombre... y sobre
todo de la mujer. Abrió la bocaza; quiso tragar aire; no pudo: se estremeció su
cuerpo; dobló majestuosamente la cabeza, y murió el león padre.
Empezó el reinado del león hijo cuando
éste comprendió que su padre había muerto, no lloró, porque los leones no
lloran ; pero se tendió junto á él, acercó su cabeza enorme á la enorme cabeza del
león difunto, y así se quedó un rato. Los dos hocicos se unieron: el ardiente y el helado. Las dos melenas se
mezclaron, como si dos llorones de cementerio se enredasen, ó dos aguaceros de
lágrimas se confundieran en uno solo.
Al fin el hijo se levantó: sacudió cola
y melenas y rugió : ya no quedaba más que un león :el león era él. Salió de la
caverna: á zarpazos hizo rodar unos cuantos pedruscos, hasta, cerrar
completamente la entrada. El león muerto tenía ya su tumba, ni más ni
menos que un faraón.
El león vivo se alejó por el monte y
trompeteó el nuevo reinado con tres poderosos rugidos; pero aquella noche no
devoró á ningún animal: no tenía hambre. Durmió poco y lo poco que durmió fue soñando
con el último consejo de su padre. ¡El hombre! ¡El hombre! ¿Por qué? ¿Sería el
hombre tan temible?
A la mañana siguiente despertó y se,
echó por el mundo. ¿Encontraría al hombre? y si lo encontraba, ¿debería huir
cumpliendo la última voluntad de su padre?
De pronto sonó algo estrepitoso y
terrible: algo á modo de rugido. Debía de ser el hombre que rugía: pero no era
un borrico que rebuznaba con rebuznos formidables. El león, por impulso que no
pudo contener, acometió al borrico, le derribó y le sujetó con sus poderosas garras.
- ¿Eres el hombre? - le preguntó. - No - contestó el pobre animal. - No soy el hombre,
¡aunque he oído decir que algunos se parecen á mí! Es un burro, es un
borrico, es un pollino, se dice de muchos. - ¿Y tú eres fuerte?, - Ya ves que
no : me tienes sujeto, me clavas las uñas y no me muevo. - Sin embargo, tu
rugido es potente; no me dió miedo, pero me alarmó. - No te fíes; hay muchos
que rebuznan fuerte, y en el fondo son unos pobres diablos como yo, unos pollinos.
- ¿Dónde encontraré al hombre? -Sigue este valle, salva esa montaña y
quizá. lo encuentres al otro lado.
El león soltó al borrico y siguió su
camino. De pronto, algo se le enredó á una pierna; era una serpiente. Con
violenta sacudida la arrojó á distancia; dió un salto y la sujetó con la pata. -
¿Eres el hombre? le preguntó. - No soy el hombre; soy la serpiente. - ¿Se
parece á ti? - Algunos á mí se parecen; como yo se arrastran, y como yo
son venenosos. - ¿Dónde encontraré al hombre? - Sigue por la montaña; al bajar
de ella, acaso lo encuentres. Pero, déjame, que pesas mucho y forcejeó la
serpiente y quiso morderle. - Eres un animal muy feo - dijo el le6n. - A un borrico
se le perdona; á un mal bicho se le aplasta y se le destroza. y aplastó y
desgarró al reptil.
Continuando su camino pas6 la cresta
de la montaña y empezó á bajar. De pronto vió un animal que corría, y saltando sobre
él, sin esfuerzo alguno lo sujetó, porque era pequeño y poco robusto. - ¿Quién
eres? ¿ Acaso eres el hombre? - Soy el zorro - dijo el animalejo, - y valgo tanto
como el hombre por mi travesura, aunque los hay muy zorros; entro en sus
corrales y me como sus gallinas, y él sólo aprovecha las que yo le dejo. - ¿Pero
le conoces? - Mucho y desde hace mucho tiempo. - Pues, ven conmigo. Y el león y
el zorro echaron á andar y pronto penetraron en el bosque. , En esto saltó un
mono, se subió á un árbol y desde arriba hizo gestos burlescos á su dueño y
señor, el rey de las selvas; hasta llegó á rascarse en forma indecorosas
regiones retrospectivas.
- ¿Qué animal es ése? - preguntó el
león á su acompañante el zorro; - ¿es acaso el hombre? - No es el hombre; pero
se le parece mucho. Algunos suponen que son hermanos, ó, por los menos, primos.
- ¡Que el hombre es así! - dijo el león, y lanzó un rugido á
modo de formidable, carcajada. Pero entonces mi pobre padre deliraba. ¡El
hombre temible!, temible ese engendro 'ridículo! Voy á buscarle, siquiera por
el gusto de cortarle la cola. - Ya no la tiene - dijo el zorro con malicia, -
se la ha ido consumiendo.
- ¡Adelante! ¡A buscar al
hombre!, ¡A domar su orgullo! Orgulloso un ser tan ruin, tan despreciable, tan
malvado, tan ridículo. Un ser que se parece
al borrico por el entendimiento, á la serpiente por lo rastrero y venenoso, al
mono por la figura, y á quien el zorro le come las gallinas a él! - rugió el
león con poderosos rugidos. Otro animal le cerró el paso; le desafió valiente;
le ladró furioso. - No hables mal del hombre, animal, bárbaro y salvaje. El hombre
es bueno, es noble, es mi compañero: parte conmigo su pan, duermo
á los pies de su cama. Si le ofendes, me ofendes á mí: si luchas con él,
lucharé á su lado; mi cuerpo será escudo que pare tus zarpazos. Eres valiente -
dijo el león. – Quien cuenta con tan
buen amigo, algo bueno tendrá.
- El hombre no tiene nada bueno, como
no sean sus gallineros - refunfuñó el zorro. Pero un águila real llegó desde un
picacho y tomó
parte en la discusión. - Calla,
animalejo ruin: el hombre es un animal de cuenta: lo digo yo, que miro las
cosas desde muy arriba. - Lo dices y lo defiendes porque te adula,
poniéndote por gala y vanidad en sus escudos de piedra. - Lo digo porque lo sé,
y porque un día me lo reveló Yave en confianza. El león levantó la cabeza, y
preguntó. - ¿El hombre vuela como tú ¿ -
Él no vuela : pero en su cabeza, como en jaula misteriosa, lleva un ave que
vuela más que yo y que sube más alto. - ¿Cómo se llama? - El pensamiento. - No
le conozco. - Tampoco yo.
El león se quedó pensativo. ¿Qué sería
el hombre? Los borricos hablaban de él con desprecio, las serpientes con
envidia, los zorros con burla, los monos le imitaban; pero el perro le defendía
y el águila le respetaba, y su padre, el más poderoso león de los bosques,
mostró temor al hablar del hombre. ¿Qué debería hacer? ¿Respetar la última
voluntad del león moribundo á buscar resuelto y domar valeroso al que pretendía
ser rey de la creación? Vaciló, pero el zorro le dijo: - Eres el animal más
fuerte que existe: eres
nuestro soberano, ¿y 'Vas á huir
cobardemente ante el hombre, de quien me burlo yo así
todos los días y por de contado todas las noches? ¿Quién es como tú? ¿Quién se
te iguala? ¿y el consejo de mi padre? ¿Y su memoria que yo respeto? ¿Y su:
experiencia? - Tu padre estaba chocho: los años apagaron su entendimiento y
gastaron su fuerza. El león se decidió á busca!' al hombre y á combatir
con él.
Continuó caminando por el bosque con
el zorro al lado, el perro delante, el mono de árbol en árbol y el águila por
los aires. Al fin, el zorro le dijo: - Mira, allí está. Aquel que Va á caballo
Con arco y flechas, aquél es el hombre. - Pero aquel animal que cruza á. lo
lejos es muy grande y tiene cuatro patas, y tú me dijiste que el hombre se
parecía al mono. - Es que el hombre, á veces, tiene cuatro patas ó las merece
-- replicó el zorro con sorna. - De todas maneras, has de saber que aquel
hombre va á caballo. , -Pues á él rugió
el león, y avanzó potente y valeroso, Empezó la lucha.
El hombre á veces huía á veces
disparaba una flecha; y en retiradas y acometidas y evoluciones, atrajo al león
hacia unos matorrales. De pronto, al dar el león un salto, le faltó tierra y cayó
en un foso profundo. Quiso salir y sintió que unas fuertes ligaduras le sujetaban
manos y pies, y todo el cuerpo. Había caído en una trampa; estaba perdido.
Después de bregar un rato lo comprendió, y murmuró con roncas voces : - Mi
padre tenía razón, debí huir del hombre; pero ya es tarde; y se dispuso á morir
con
dignidad, que es lo que todo el mundo
debe hacer cuando se convence de que la muerte llega. El le6n se quedó inm6vil
y dobló la majestuosa cabeza. Al borde del hoyo se asomaron con curiosidad el hombre,
el perro, el zorro y el mono; el águila se puso á plomo y mir6 desde arriba. El
hombre le arrojó una piedra al león á ver si podía aplastarle la cabeza. Pero
el león le dijo: No me pegues ni me hieras en la cabeza, que la tengo muy dura,
y tampoco es ella la culpable. Hiéreme con una de las flechas en los oídos; los
culpables son ellos, que nó oyeron el consejo de mi padre: hiéreme en el
corazón, que no le quiso ni respetó como debía. y volviéndose el león, presentó
el noble pecho. El hombre, que á veces es compasivo, atendió á su ruego, le
disparó una flecha y el leon quedó muerto en el fondo de la fosa. El hombre se
inclinó gozoso, pensando: - Hermosa piel; se la arrancaré en cuando me asegure
que ha muerto.
El zorro se deslizó mirando al hombre
de reojo, y diciendo para sí: -Ahora que estas entretenido voy a comerme tus
gallinas. El mono saltó sobre el perro y en él se montó imitando al hombre;
caballo perruno y caballero cuadrumano, salieron corriendo por el bosque. El
águila se remontó, diciendo: - El hombre mató al león; hay que subir mucho para
que no me alcance; ¿quién sabe si algún día me alcanzará?
(José Echegaray)
Madrid, 1901.
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