lunes, 6 de febrero de 2012

A Valencia que era mi destino yo llegaba después de cuatro horas de viaje, con un sol que secaba las ideas y del coche con muchas ganas de bajarme. Una vez que a la Ciudad del Turia arribe, con urgencia a un amigo visitaba, compañero fiel en otros tiempos  de fiestas, chicas y grandes farras, y en el momento actual  un estudioso de las palabras.

Por “Nano” le conocía aunque era un cachalote, más largo que “un día sin pan”, con perilla y sin bigote, y parecía más que un intelectual, un absurdo monigote, por su forma de vestir y el collar que le colgaba de su huesudo cogote. En la Universidad daba clases de historia y filología, pero su mayor ilusión, más que ilusión utopía,                    era encontrar un Dorado y a si cambiar su aburrida vida, para dejar de aguantar a los que pierden su tiempo por no encontrar la salida. Caía la tarde ya cuando al fin pude encontrarle en una tasca que cuando éramos estudiantes visitábamos. Con desbordante alegría Acosta me recibió dándome un abrazo tan fuerte que algún hueso me crujió,  por el tiempo transcurrido desde nuestra forzada separación. Le consulte si sabía traducir documentos  en castellano antiguo escritos, de ese que escribían los monjes  franciscanos, aquellos que convertían a los indios en cristianos.

Me comento que una tesis sobre ese castellano había escrito, y que aunque un experto no era, del tema sabía un poquito. Le comente lo ocurrido en el pueblo de la Mancha y de Sancho ese personaje que junto a Diego de Almagro hacia América marchara:           El me comento que Almagro por los libros conocía, pero que del otro nada sabía, ya que deberían ser las bromas que los palurdos manchegos al turista gastarían.

Pero su cara cambio y sus lentes se empañaron, cuando del bolsillo saque aquel librito tan raro, un libro que parecía de papel almidonado con pergaminos cosidos con hilos muy mal atados,  que parecían de cáñamo de ese deshilachado, y como portada tenía una piel como de gato, tan tiesa y descolorida que parecía un viejo zapato; y a fuego grabado llevaba un escudo con su lanza y su caballo y letras desconocidas que el tiempo había casi borrado. Cuando entre sus manos lo tuvo sus dedos  se entretenían en acariciar los pliegues, letras y grabados que en el mismo se veían.

Cerrándolo de repente el libro me devolvió, y cogiéndome del hombro esto comento: parece autentico el documento aunque sin comprobación es imposible saber si es falsificación. Del que escribió este Diario poco podemos saber, en la historia no hay constancia de Sancho Lanza del Castillo quien pudo ser: por eso la traducción del manuscrito queda aquí para el que  quiera este entuerto resolver.

                                                                                                                                                   joanmoypra

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