Dando gracias por la hazaña que contra los bandidos hicimos, nos comento que como ejemplo su ajusticiamiento había sido, quedando solo el capitán por su noble condición vivo, a la espera de ser juzgado por tribunal superior y que en Toledo se encuentra a la espera del capitán de bandidos.
Nos entrego una gran bolsa y que contar no quisimos, porque las descortesía tiende a convertir los amigos en enemigos, y en casos como este la autoridad es buen testigo. Salimos a aquella plaza en la que los desgraciados colgaban, y vimos la expectación que en las gentes ocasionaban esa cruel exhibición de las bajezas humanas. Ante esa tétrica función en un abrazo nos fundimos y de la bolsa entregue el dinero convenido, cinco monedas de oro para seguir con su interrumpido camino, agradeciendo el servicio que con su desinteresado esfuerzo y tesón hizo que cambiara nuestro maltrecho destino.
El siguió hacia su destino en un caballo comprado gracias a una de las cinco monedas que le había entregado, y con la esperanza en que su suerte por fin hubiera cambiado. Yo al galope partí impaciente por llegar y contar a mis amigos lo que acababa de encontrar, a esos seres desgraciados que acababan de colgar; aunque de lo que más preocupado estaba. era de mi abuelo y su gravedad extremada. Habían pasado seis horas desde que la hacienda junto a Rui abandone y regresaba contento y con tristeza a la vez, pues mi amigo ya no estaba y la incertidumbre llevaba por a mi abuelo como encontrare.
Por la puerta de la cerca entraba con sofocante calor, cuando Domin me esperaba arreglando un carretón, junto a Domingo su padre que al verme se emocionó, y dejando lo que hacia al caballo se acercó. Me pregunto por la realizada misión, informándome a la vez que el herido se levantó, y gracias a la Consuelo parece se recuperó. Apéeme del caballo y propuse reunión para relatar pormenores de la susodicha función, aunque ahora lo importante para mi es comprobar en las heridas de mi abuelo como va su evolución.
Vi a mi abuelo sentado bajo aquella enorme higuera, que parecía un triste dátil caído de una palmera, y más blanco que la luna en noches de luna nueva, pregúntele: - como estaba, y me contesto: - dolorido, yo le quise animar quitando yerro al asunto, pero en sus ojos veía que aún no le había pasado el susto, y sobre sus huesos tenía las secuelas del disgusto. Le conté como había ido la comisión encomendada y también lo que encontramos en la tétrica y lúgubre plaza, con aquellos infelices colgando y rodeados de ratas con dos patas, de esas que ven el placer cuando a otros los maltratan. No pude contarle más porque Consuelo llego y a empujones de aquel sitio sin compasión me expulso, alegando que la conversación terminó y al abuelo necesita: descanso, cena y cuidados con amor.
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