Empezamos la refriega con las espadas desnudas y mi abuelo con su lanza subido sobre una mula, con la única intención de desmontar al que los manda y dejarlo a nuestra altura, sabiendo como manejaba Domin la maza contra la armadura, pero en la primera embestida el que cayo fue mi abuelo, al desbocarse la mula y rodar él por el suelo, cuando el de las barbas cargaba, Ruy que el juglar se llamaba del jubón saco una honda y del suelo un grueso risco cogía, y volteando la misma con fuerza en la misma cabeza del bandolero con precisión él ponía, desmontándole de golpe que como un saco caía entre gritos de dolor y un hilo de sangre que de su cabeza salía quedando inmóvil en tierra que un muerto parecía. Mientras mi compañero y yo al resto poníamos en fuga, a mi abuelo el juglar le curaba las heridas y el ganado reunía, y que por el campo pastaba ajeno a esta algarabía. Cuando los bandoleros huyeron por la paliza sufrida vimos a su capitán inconsciente y con la cabeza partida, aunque la muerte esta vez no le ha arrebatado su vida.
Le curamos la cabeza y en un burro lo sentamos y para no oír sus blasfemias además lo amordazamos, con la intención de entregar este despiadado animal a la primera autoridad que en el primer pueblo veamos. Mi abuelo que iba molido el caballo del bandido le dejamos, y las armas y bagajes que este sujeto llevaba entre los tres sin complejos sorteamos, tocándome la suerte de su espada y que con el pasar de los tiempos tantas hazañas juntos logramos.
La caída de mi abuelo su salud le destrozo, al comenzar la partida era una rosa florida y el golpe la marchito, viendo como legua a legua la vida se le escapaba sin saber bien la razón, porque aunque cayó como un saco no vimos que reventó. La prisa nos acuciaba por llegar pronto al destino porque el sol se agotaba y la luna se veía sobre el camino, y si los salteadores reorganizados de nuevo nos volvieran a atacar nadie nos podría salvar ni rezando al Dios divino. El sol se estaba poniendo y oímos voces de gente que hacia nosotros venían de lugares diferentes, y que en solo causó el temor de quien presiente que, su fin ya esta muy cerca aunque intente defenderse, pensando que otra partida a por nosotros venia y le acompañaba la muerte.
Aunque nuestra sorpresa fue grata al comprobar al instante, que el corregidor y su gente venían de detener a parte de la partida que intentaba darnos muerte, y buscaban a su jefe para llenarlo de grilletes. Entregamos esta carga que en verdad molesta era, y el corregidor nos emplazo para que uno de nosotros en el ayuntamiento la bolsa de cincuenta doblones a la mañana siguiente recogiera, que era el precio que por las cabezas de estos delincuentes la autoridad dispusiera.
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