(Historia para desmemoriados y
gentes de mala fe)
CREPÚSCULO DE SANGRE
Asombra y asombrará al historiador
imparcial los grados de vigor que necesitó España para sostenerse en medio de
la violencia y de las adversidades del exterior. Otro pueblo y otra raza que no
fuera trabajada en la ruda guerra de reconquista hubiera sucumbido. Aparte de
la descomposición interna, los agentes exteriores eran motivo poderoso para
acabar con el organismo nacional mas sano.
Todavía en el reinado de Carlos
III siguieron las violencias, las guerras y las campañas contra Argel y el corso
de Berbería. Del mismo modo que la brusquedad aragonesa pudiera atribuirse á
aquellos vientos duros y broncos del Moncayo, que obligan á hacerse firme y
terca á la planta, al hombre y al guijarro, así la adversidad y la violencia dieron
en estos mares de Levante una serie de hombres de talla singular y majestuosa.
A los conquistadores de América
seguían los corsa ríos levantinos, y de entre todos ellos se destacó la figura
de Antonio Barceló, el rapazuelo de playa que sin saber leer ni escribir^ por sus gloriosos hechos llegó á teniente general
de la armada. Su figura y su vida merecen libro aparte, ya que al presente
saben más de él los extraños que los propios.
Surgió Barceló en medio del ocaso
sangriento de España, en estas aguas de Levante; su cuma, Mallorca; su
filiación hay que rebuscarla entre aquellos intrépidos marineros de los
arrabales de Palma, cien veces hazañosos y otras tantas cautivos de los
berberiscos, raza de hombres agrestes y fieros, producto que floreció como los
«cactus» y las «chumberas» de estas costas, como imagen de la violencia y al
calor de una .misma sangre derramada.
Os dirán al visitar las Baleares
que aquella raza de hombres desapareció, para dar paso á otros de natural pacífico,
apáticos y que queráis á los observadores y á los psicólogos de desapasionados...
Dad el crédito que queráis á los observadores y á los psicólogos de aldea.
Estos son también los que por no saber buscar en la adormecida alma española la
hondura heroica la dan por muerta.
Existe aquella raza de hombres;
son otros los tiempos y otras las ocupaciones. Si rebuscáis en los suburbios y
en los arrabales de la ciudad daréis con ellos. No son hombres pendencieros,
son silenciosos; llevan la serena fiereza en el mirar y en el continente;
aparecen y reaparecen, viven misteriosamente. Es preciso adivinarlos cuando
pasan á vuestro lado. A fuerza de asomarse à la muerte, el alma, les sale por
los ojos. Un alma borrascosa, contagiada por la tormenta de los mares.
Hoy no pueden ser corsarios. Hacen
el contrabando con Argelia, con Túnez, con Oran, con Trípoli, con todas las
costas de Berbería. Cruzan el mar un día y otro día con barquichuelas atestadas
de tabaco, tripuladas por dos, y á lo sumo por tres hombres. Durante mis
frecuentes travesías á las costas de la península, en más de una noche tormentosa
y á ¡bordo de los vapores correos de la «Isleña» he asistido, llamado por el
oficial del puente, á la lucha homérica que allá en el fondo de la obscuridad y
en el cabrilleo fosforescente de las olas sostenía una insignificante mancha
parduzca; un barquichuelo sin luces y á palo seco, y con sólo los remos, que
iba á ser engullido y reengullido una y mil veces entre las monstruosas olas...—Vienen
de Argel—decía el oficial. El vapor pasaba balanceándose y crujiendo entre las
embestidas del mar. Y allá atrás quedaba el lanchuelo, en medio de la
obscuridad y entre el bramido de consternación y de muerte de los vientos y de
las aguas. No era aquel el único riesgo: era preciso ganar la costa. ¡Pero qué
costal La roca viva, las peñas donde el mar hierve en espuma, y allí salvar la
lancha; salvar el alijo y, en ocasiones, volverse á hacer á la mar entre los
disparos de los carabineros, las luces de las escampavías ó la celada de los
vaporcitos del resguardo, refugiados en las calas. En el mar, la muerte. En
tierra, el presidio ó la muerte también.
Esta empresa realízanla un día y
otro día. Aprovechando las borrascas, huyendo de los días claros y de las
noches serenas, con ganancias equiparadas á un jornal poco más que exiguo,
gozando de libertad omnímoda á cambio del sacrificio constante de la vida,
teniendo por único dueño y señor de sus haciendas y de sus personas los
caprichos del mar ó la precisión de un fusil.
Hacen mucho daño á los intereses
de la Tabacalera, es verdad: son un corsario contra otro corsario. Mas aquéllos,
con el lenguaje rudo, con sus hechos, son los continuadores de una historia
heroica. Perdidas para España las costas de Berbería, son la de los europeos y
de los berberiscos, que los ven
admiración partir á la aventura
una y otra noche borrascosa. Algunos se pierden, sin que se sepa dónde ni cómo.
Salieron en una noche de la costa y desaparecieron en esto mismo mar que
presenció tanto infortunio y que tragó á tantos de sus antepasados.
Quién sabe si les alienta en su
empresa épica el alma heroica de los García de Paredes, de los Pedro Navarro,
de los Cañete, de los Jaime Llorens, de los Riquer, de los Barceló I Acaso, y
sin acaso, en aquellas costas, hoy abandonadas de España, recogen el aliento
heroico de aquellos antepasados
intrépidos que asombraba á Dragut y Barbarroja, como hoy asombran estos á los
tranquilos comerciantes. Siento profunda admiración por estos modernos
corsarios que luchan con las empresas especuladoras que los gobiernos centrales
ayudaron á levantarse en corso.
He aquí donde alcanzo á ver la
hondura heroica de la edad pasada. Así la conocí en la guerra manejando tropas.
Cuanto dice y copio en el libro el vicealmirante Junen de la Graviere de los
tercios españoles lo vi en mis soldados de Cuba. Por eso dedico el libro á mis
heroicos soldados de Cuba y Filipinas. Rodríguez Blasco Caides, Armengol,
Núñez, Sancho... nombres ilustres de soldados, con vosotros resucitaba mi
imaginación los buenos tiempos de los tercios. No cabe duda; vosotros erais los
dignos sucesores de aquellos esforzados soldados, como son los contrabandistas
levantinos los dignos sucesores de los corsarios de otra edad. ¡Qué importa vuestra
aparente rebeldía! ¿Qué entienden las leyes de medir la capacidad de las almas?
Vosotros, viajeros y marinos que
cruzáis el Mediterráneo, manso en la apariencia é implacable en las borrascas ;
vosotros, sus playas arenosas ó rocosas interrogáis al mar, leed levantinos de
las costas, que desde la historia de heroísmo que surcó sus aguas. Tened fe y
no maldigáis del ocaso sangriento y rojo de España; fue un designio del
Altísimo, tan inevitable en la historia como es en vuestros progresos
científicos y sabiduría inevitable el crepúsculo encendido y rojo sangriento de
vuestras costas. La historia es un proceso de hechos naturales y no un acto de
fabricación al que nos pueden llevar á su antojo las leyes de los hombres. No
podemos hacer otra cosa en la vida que prepararnos para afrontar las
circunstancias. Y es bastante. Muy recio era el roble y le abatió el huracán
por su excesiva corpulencia.
Dejemos de una vez la labor de
hacer astillas la madera á pretexto de analizarla. ¿Vino al suelo el árbol ?
Apartad la maleza y heroica. Un pueblo que luchó como el nuestro tiene altos dejad
que retoñe su raíz designios que cumplir en la historia. Más grande que toda su
grandeza es lo que resiste, la hondura, la raíz heroica del árbol, al abandono
y á la general podredumbre.
En un crepúsculo de sangre y de
violencia cayó, y otro crepúsculo de sangre y de violencia le alzará. Recordad el
canto del «voeluspa» : Todo retorna y se muere, para retornar á otra existencia
superior. De vosotros, levantinos, surgirá el renacer. La Historia dirá si
miente mi profecía. Ese crepúsculo de sangre vuestra traerá, pasada la noche,
una aurora de lozanía, de esplendor y de fuerza. Caísteis los últimos luchando con
valor. El valor vive en vosotros y ha tenido las manifestaciones que le dictó
el progreso. Con el renaceréis el día de la nueva aurora. Acordaos de las
frases de Carlyle: «Sí; el valor es también fuente de misericordia y de verdad y
de todo cuanto hay de grande, de bueno y de noble en el hombre»
Extracto de Corsarios y piratas
de Ricardo Burguete
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