domingo, 31 de mayo de 2020

BARBARROJA Y DRAGUT

Treinta años duró en los mares el poder formidable de los turcos ; lo conquistó Barbarroja el día de la batalla de Prévése, luchando contra la escuadra de la cristiandad, mandada por Andrés Doria, y poniendo el turco en fuga á los cristianos con fuerzas notablemente inferiores ; lo perdieron en la batalla de Lepanto á mano de los españoles en el combate naval más formidable que presenciaron los siglos. De don Juan de Austria fué la gloria de Lepante ; do Barbarroja y de su lugarteniente Dragut fué toda la gloria que en esos treinta años alcanzó el poderío naval turco. Fué Barbarroja, Khai'r-ed-Uin por su verdadero nombre, el tipo más acabado del corsario. Su poderoso genio de marino hizo de los turcos una potencia naval, y á tal llegó su reputación y poderío que por buscar su concurso no vaciló Francisco I, rey de Francia, en formar con los turcos aquella alianza impía que fué baldón de los
cristianos y terror del Mediterráneo.

A partir de la isla de Elba y del canal de Piombino, la campaña de devastación siguió á lo largo de las costas en todos los rincones que baña el Mediterráneo : Telamor, Porto-Elcole, la isla de Giglir, Ischia, Procite, Policastro, Lipari, Jumere de Muro Ciriati, en la costa de Calabria, Gallipoli, las Baleares, Malta, Córcega, Berbería y las costas de España; imposible seguir al pirata en la carrera de sus triunfos. Tenía enfrente marino tan experto como Andrés Doria y era tal el respeto que ambos se inspiraban que, á juicio de los españoles, «eran lobos de una misma camada, que se enseñaban frecuentemente los dientes y no se mordían». Fué tal la cantidad de cautivos y la abundancia de botín de aquella campaña que, á juicio de autores contemporáneos, los barcos, si no sucumbían á la carga, era porque la muerte se encargaba de aligerarlos (1). Los prisioneros, amontonados en los navios, morían de hambre, de sed ó de miseria. Rebaño humano que no excitaba la compasión, los que no acababan la travesía en el fondo del mar iban á servir de esclavos al turco. Las mujeres llenaban los serrallos de los palacios del Bosforo y eran vendidas en los mercados en pública subasta.

Cuéntase que en aquella campaña, aliado con el francés, no fué Barbarroja lo sanguinario que en sus mocedades, por un hecho fortuito é interesante. La flota poderosa de Barbarroja había hecho escala para hacer aguada en las costas de Calabria. Una guarnición de 60 hombres defendía el castillo de Reggio, inmediato á la aguada. Mandaba el castillo don Diego Gaetano, y al ver desembarcar considerables fuerzas de turcos rompió sobre ellos fuego de cañón. Irritado Barbarroja mandó desembarcar toda su artillería y durante cuatro días batió furiosamente en brecha el castillo, hasta reducirlo á escombros y obligarle á capitular. La capitulación había de ser dura. Gaetano tenía consigo á su mujer y á su hija, joven de una belleza incomparable. La suerte les reservaba el harem. Pero una noche enloquecedora y tibia, en aquel rincón melancólico y majestuoso de la Calabria, el viejo pirata
oyó en el silencio de la noche entonar mía canción impregnada de dulzura y de tristeza en boca de la prisionera. Pidió el corsario le llevasen á su presencia á la cautiva, y no dice más la discreta historia... Días después, reducida de buen grado al mahometanismó,
era dueña y señora de Barbarroja, del terrible corsario, y recorría triunfante los mares en el camarín de oro y púrpura de la gloriosa capitana, y era la dueña y señora de los mares que supo rendir el corazón impetuoso de aquel pirata, mozo impetuoso que contaba en esta aventura pasados los ochenta años.

Desde aquel momento la historia de Barbarroja es la historia benévola y clemente que trazó con su mano su sultana favorita. Los historiadores musulmanes, Sandoval, el historiador español, y Brantôme, marcan desde aquel instante el ocaso del coloso. Paseó triunfante sus amores por el Mediterráneo y murió como Felipe de Valois, como Femando de Aragón, como Luis XII, en un espasmo de amor, abrazado á su sultana favorita, á la cautiva de Reggio. El 6 del mes de «jemas-al- Aoul» del 953, esto es, el 6 de agosto de 1546, rindió su alma aquel cuerpo esforzado que, dueño de mil cautivas, fué á morir esclavo de una sola. Reposa su cuerpo en la tumba de Beschiktah.

Fué Dragut el lugarteniente esforzado de Barbarroja. Horghoud era su verdadero apellido, y su valor temerario cautivaba al propio Barbarroja. Prisionero de los españoles en un encuentro, Giannetino le ofreció como presente á su tío el viejo almirante

Andrés Doria. Cuenta Brantôme que Dragut no perdió un instante su serenidad y gallardía. Encadenado á una galera como esclavo le encontró un día Parrisot, uno de los futuros grandes maestros de la Orden de Malta. Dragut y Parrisot eran antiguos conocidos:
—Cosas de la guerra—dijo Parrisot. —Cambio de fortuna—replicó Dragut. Y, en efecto, así había visto él á Parrisot años antes, sujeto á un banco como remero cautivo de Barbarroja. Tales eran en aquella época las alternativas de la vida marítima. Ningún naufragio moral era capaz de abatir aquellos corazones hechos á la borrasca. Por salvar á Dragut dió Barbarroja lo mejor de sus
tesoros y sirvió de intermediario el rey de Francia, teniendo el rescate los honores de un pacto. Siguió Dragut de lugarteniente de Barbarroja, eclipsando en ocasiones á su caudillo, sobre todo en el ocaso amoroso del corsario. Muerto el capitán fué el heredero de su renombre y sirvió al gran señor Solimán el Magnífico, pero con cierta independencia, que era acatada de buen grado por el turco. Fué Dragut á su vez el maestro de los corsarios que mantuvieron el poder del turco en Berbería. Nadie que no fueran los españoles se atrevía á medir las armas ni á disputar los mares á Dragut.

España, que había sostenido sola y fieramente por tierra el poder avasallador de la media luna, lograda la integridad de su territorio tocábale llevar á cabo por sí sola el mayor esfuerzo de la cruzada en los mares. Una y otra vez embestía á Berbería, y otra vez embestía el turco. En ocasiones llevó el auxilio de la cristiandad, pero en otras tuvo enfrente á los cristianos que, como los franceses y los venecianos, no vacilaron en aliarse con los turcos.

Las Baleares resistían airosas las embestidas de los piratas. Verdad es que á fuerza de riesgos y necesidades en Palma de Mallorca se construían los mejores navios y que era raro en las islas no encontrar en cada propietario un armador y en cada hombre de mar un audaz corsario. Barbarroja y Dragut intentaron infructuosamente apoderarse de estas islas, y los triunfos que en ellas consiguieron fueron á costa de grandes perdidas. Sírvanos para acopio de datos fuentes históricas, que mantenemos íntegras en su original.

Extracto de Corsarios y piratas (La leyenda del  Mediterráneo) de Ricardo Burguete



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