BARBARROJA Y DRAGUT
Treinta años duró en los mares el
poder formidable de los turcos ; lo conquistó Barbarroja el día de la batalla
de Prévése, luchando contra la escuadra de la cristiandad, mandada por Andrés
Doria, y poniendo el turco en fuga á los cristianos con fuerzas notablemente
inferiores ; lo perdieron en la batalla de Lepanto á mano de los españoles en
el combate naval más formidable que presenciaron los siglos. De don Juan de Austria
fué la gloria de Lepante ; do Barbarroja y de su lugarteniente Dragut fué toda
la gloria que en esos treinta años alcanzó el poderío naval turco. Fué
Barbarroja, Khai'r-ed-Uin por su verdadero nombre, el tipo más acabado del
corsario. Su poderoso genio de marino hizo de los turcos una potencia naval, y
á tal llegó su reputación y poderío que por buscar su concurso no vaciló
Francisco I, rey de Francia, en formar con los turcos aquella alianza impía que
fué baldón de los
cristianos y terror del
Mediterráneo.
A partir de la isla de Elba y del
canal de Piombino, la campaña de devastación siguió á lo largo de las costas en
todos los rincones que baña el Mediterráneo : Telamor, Porto-Elcole, la isla de
Giglir, Ischia, Procite, Policastro, Lipari, Jumere de Muro Ciriati, en la
costa de Calabria, Gallipoli, las Baleares, Malta, Córcega, Berbería y las
costas de España; imposible seguir al pirata en la carrera de sus triunfos.
Tenía enfrente marino tan experto como Andrés Doria y era tal el respeto que
ambos se inspiraban que, á juicio de los españoles, «eran lobos de una misma
camada, que se enseñaban frecuentemente los dientes y no se mordían». Fué tal la
cantidad de cautivos y la abundancia de botín de aquella campaña que, á juicio
de autores contemporáneos, los barcos, si no sucumbían á la carga, era porque la
muerte se encargaba de aligerarlos (1). Los prisioneros, amontonados en los
navios, morían de hambre, de sed ó de miseria. Rebaño humano que no excitaba la
compasión, los que no acababan la travesía en el fondo del mar iban á servir de
esclavos al turco. Las mujeres llenaban los serrallos de los palacios del Bosforo
y eran vendidas en los mercados en pública subasta.
Cuéntase que en aquella campaña,
aliado con el francés, no fué Barbarroja lo sanguinario que en sus mocedades, por
un hecho fortuito é interesante. La flota poderosa de Barbarroja había hecho
escala para hacer aguada en las costas de Calabria. Una guarnición de 60
hombres defendía el castillo de Reggio, inmediato á la aguada. Mandaba el
castillo don Diego Gaetano, y al ver desembarcar considerables fuerzas de
turcos rompió sobre ellos fuego de cañón. Irritado Barbarroja mandó desembarcar
toda su artillería y durante cuatro días batió furiosamente en brecha el
castillo, hasta reducirlo á escombros y obligarle á capitular. La capitulación
había de ser dura. Gaetano tenía consigo á su mujer y á su hija, joven de una
belleza incomparable. La suerte les reservaba el harem. Pero una noche
enloquecedora y tibia, en aquel rincón melancólico y majestuoso de la Calabria,
el viejo pirata
oyó en el silencio de la noche
entonar mía canción impregnada de dulzura y de tristeza en boca de la prisionera.
Pidió el corsario le llevasen á su presencia á la cautiva, y no dice más la
discreta historia... Días después, reducida de buen grado al mahometanismó,
era dueña y señora de Barbarroja,
del terrible corsario, y recorría triunfante los mares en el camarín de oro y
púrpura de la gloriosa capitana, y era la dueña y señora de los mares que supo
rendir el corazón impetuoso de aquel pirata, mozo impetuoso que contaba en esta
aventura pasados los ochenta años.
Desde aquel momento la historia de
Barbarroja es la historia benévola y clemente que trazó con su mano su sultana
favorita. Los historiadores musulmanes, Sandoval, el historiador español, y
Brantôme, marcan desde aquel instante el ocaso del coloso. Paseó triunfante sus
amores por el Mediterráneo y murió como Felipe de Valois, como Femando de
Aragón, como Luis XII, en un espasmo de amor, abrazado á su sultana favorita, á
la cautiva de Reggio. El 6 del mes de «jemas-al- Aoul» del 953, esto es, el 6
de agosto de 1546, rindió su alma aquel cuerpo esforzado que, dueño de mil
cautivas, fué á morir esclavo de una sola. Reposa su cuerpo en la tumba de
Beschiktah.
Fué Dragut el lugarteniente
esforzado de Barbarroja. Horghoud era su verdadero apellido, y su valor
temerario cautivaba al propio Barbarroja. Prisionero de los españoles en un
encuentro, Giannetino le ofreció como presente á su tío el viejo almirante
Andrés Doria. Cuenta Brantôme que
Dragut no perdió un instante su serenidad y gallardía. Encadenado á una galera
como esclavo le encontró un día Parrisot, uno de los futuros grandes maestros
de la Orden de Malta. Dragut y Parrisot eran antiguos conocidos:
—Cosas de la guerra—dijo Parrisot.
—Cambio de fortuna—replicó Dragut. Y, en efecto, así había visto él á Parrisot
años antes, sujeto á un banco como remero cautivo de Barbarroja. Tales eran en
aquella época las alternativas de la vida marítima. Ningún naufragio moral era
capaz de abatir aquellos corazones hechos á la borrasca. Por salvar á Dragut
dió Barbarroja lo mejor de sus
tesoros y sirvió de intermediario
el rey de Francia, teniendo el rescate los honores de un pacto. Siguió Dragut
de lugarteniente de Barbarroja, eclipsando en ocasiones á su caudillo, sobre
todo en el ocaso amoroso del corsario. Muerto el capitán fué el heredero de su
renombre y sirvió al gran señor Solimán el Magnífico, pero con cierta
independencia, que era acatada de buen grado por el turco. Fué Dragut á su vez
el maestro de los corsarios que mantuvieron el poder del turco en Berbería.
Nadie que no fueran los españoles se atrevía á medir las armas ni á disputar
los mares á Dragut.
España, que había sostenido sola y
fieramente por tierra el poder avasallador de la media luna, lograda la integridad
de su territorio tocábale llevar á cabo por sí sola el mayor esfuerzo de la
cruzada en los mares. Una y otra vez embestía á Berbería, y otra vez embestía
el turco. En ocasiones llevó el auxilio de la cristiandad, pero en otras tuvo
enfrente á los cristianos que, como los franceses y los venecianos, no
vacilaron en aliarse con los turcos.
Las Baleares resistían airosas las
embestidas de los piratas. Verdad es que á fuerza de riesgos y necesidades en
Palma de Mallorca se construían los mejores navios y que era raro en las islas
no encontrar en cada propietario un armador y en cada hombre de mar un audaz corsario.
Barbarroja y Dragut intentaron infructuosamente apoderarse de estas islas, y
los triunfos que en ellas consiguieron fueron á costa de grandes perdidas. Sírvanos
para acopio de datos fuentes históricas, que mantenemos íntegras en su
original.
Extracto de Corsarios y piratas (La leyenda del Mediterráneo) de Ricardo Burguete
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