sábado, 28 de enero de 2012

La Infanta y el pelotari

LA INFANTA Y EL PELOTARI

Voy a contar una historia que no ha mucho sucedió, en el sur de la vieja Europa en el País más juerguista y coquetón. Reinaba por esas tierras un monarca muy apreciado tanto por sus propios vasallos, como por los vecinos de al lado. Este monarca tenía unos vástagos muy sanos, y entre ellos destacaba una infanta de tal  belleza que el sol de ella se había enamorado. Fueron pasando los años y su belleza aumentaba, en la misma proporción con el que un cuerpo de mujer en la infanta se formaba, para atraer a esos moscones que alrededor de la flor su gran oportunidad aguardan.
Era de carácter afable y una gran simpatía lo que con su gran personalidad muchas puertas a esta abrían. Su pasión era el deporte y por el mismo vivía, y junto a grandes deportistas muchas veces se veía, bien en los entrenamientos, o en las muchas competiciones a las que ella asistía. Pero todo cambio de repente cuando a unos juegos asistió, y “se enamoró de repente de un pelotari guasón”. Era este personaje un deportista afamado, de esos que tiran pelotas como piedras con las manos, no para golpear contra otros, si no a una red detrás de un marco, que guarda otro sujeto, pero del equipo contrario. Su presencia era de cuento, alto, rubio y bien plantado y con los ojos azules igual que los de su gato, y un porte que ya quisieran muchos héroes afamados.
Llego la boda del cuento  que el pelotari soñara, ¡posición, belleza y talento! todo por su bella cara, y a partir de ese momento ha pasado de plebeyo a jefe de la manada. Fueron pasando los años mientras sus redes tejía y la infanta mientras tanto, niños al mundo traía, que mirando su belleza de otra raza parecían. Como el tiempo le sobraba sin ocupación alguna, pensó en la empresa privada para ampliar su fortuna, y lo hizo ¡vive Dios, de una manera española!, que fue juntarse con unos que le hicieran bien la ola, y buscaban el dinero hasta debajo de las caracolas. Siguieron sus fundaciones viento en popa a toda vela, sacándoles el dinero para meterlo en su cartera, a muchas instituciones que el Estado dinero diera, para hacer obras sociales o arreglar las carreteras, y que una vez en sus manos él mismo lo desviaba a esos paraísos fiscales donde no invierte cualquiera.
¡Pero quien lo iba a pensar, y el pastel se descubrió!, y lo que antes era alegría y despilfarro en tristeza se torno,  la justicia que era ciega con un ojo le miró para exigirle los daños que por sus acciones causo. Nuestra princesa del cuento que esto también lo sabia, esta cambiando belleza por una gran melancolía, llorando sus infortunios donde antes solo reía, y sin pensar las nefastas consecuencias que a la monarquía ellos con sus actos les traerian.
Las moralejas del cuento han sido siempre las mismas, todo lo bueno perdemos por nuestra miserable codicia, que hace que acaparemos aquello que por su amarillo brilla, y dejemos aparcado lo bueno que hayamos logrado por nuestra preparación o condición de vida austera y sencilla.
Joanmoypra/enero/2012

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