DE CAMINO AL COLEGIO (cuento de ficción)
De mis historias vividas esta es muy especial, pues me ocurrió siendo niño yendo al colegio a estudiar. Iba como todos los días por un solitario camino que de mi casa llevaba hasta muy cerca del rio, y cuando el puente cruzaba había llegado a mi destino; aquel colegio solitario abarrotado de críos.
Era una brumosa mañana de un mes que ha quedado borrado por el inexorable tiempo, y aunque pienso que era otoño por el grueso gabán llevaba para protegerme del fresco, y que mi madre había comprado a un charlatán honrado que vendía en nuestro pueblo; asegurarlo no puedo porque ha quedado ya olvidado en mis recuerdos. Cuando el puente divisaba entre la niebla a lo lejos, una voz acongojada de punta puso mis pelos, al oír unos quejidos lastimeros en aquel solitario sitio por el que no pasa nunca ni peatón ni carretero. Sin saber muy bien que hacer por el miedo que tenía, la solución que encontré es correr todo lo que mis piernas podían. Llegue al pueblo sofocado, entrando en la escuela jadeante, y sudoroso, y el maestro – comento: - Toni, pareces un oso; a lo que yo conteste: - ¡He oído algo horroroso cuando por el camino venia, de entre los pinos salían sonidos muy lastimosos!
Era el maestro un sujeto enjuto y seco, aunque de gran valentía, que cuentan las malas lenguas, que fama y honores gano en contiendas que vivió, durante su juventud perdida. Ante los hechos narrados, el interés en el maestro ha despertado, decidiendo seleccionar a un grupo para de inmediato acercarse a comprobarlo. Deja encargado de la disciplina en la escuela a un alumno al que llamaban “Ciruela”, que tiene tan malas pulgas que se lía a coscorrones con aquellos que se la pegan. Con el maestro a la cabeza nuestros pasos dirigimos, hacia aquel lugar extraño que encontré cuando venia caminando hacia el colegio, entre los pinos.
Formaba este pelotón cuatro enormes cachalotes, el maestro, y como grumete yo, armados de sendos garrotes, por si acaso alguien trataba de bromas gastarnos, o afeitarnos los bigotes. Cuando a su altura llegamos algo extraño sucedía, porque los pájaros que por aquel lugar cantaban solo el silencio se oía, y la niebla muy cerrada tan solo en aquel lugar se mantenía, como intentando esconder el secreto que aquel lugar escondía. Nos miramos a los ojos sin saber bien que decir, y el maestro rompió el hielo preguntando: - ¿Toni, es aquí?, a lo que yo temblado respondí: - ¡Siiii! – pues a lo que hemos venido presto, que no nos podemos dormir; algo raro esta pasando y lo debemos descubrir.
Como si una piña fuera y a la cabeza Don Pedro, dejamos el camino a un lado y del bosque nos metimos dentro, donde una sensación de agobio se incrusto, en nuestros infantiles cuerpos, y los que antes eramos vigorosos, el miedo los estaba convirtiendo en viejos, haciéndolos tan pesados que era imposibles moverlos. Buscamos por todas partes sin hallar pista alguna, y la incógnita seguía igual que la molesta bruma, que fuera de aquel lugar solo luminosidad había y los pájaros cantaban con ruidosa algarabía.
La mañana terminaba y el cansancio poco a poco estragos en nuestros cuerpos causaba, al no ver los resultados que después de nuestra larga búsqueda se esperaba, y que en nuestras caras un halo de decepción sin excepción se reflejaba, sabiendo que algo ocurría y no habíamos descubierto nada. Pero cuando la decepción nos ganaba la partida, algo de pronto sucedió dejando la decepción suspendida, y vimos como entre las jaras del campo una cabeza con un pequeño perro aparecía y que una vez ante nosotros parecía que gemía, le hicimos mil carantoñas y dijimos mil tonterías pero el con sus gestos que le siguiéramos era lo único que quería.
Seguimos al animalito un rato, para intentar descubrir al final lo que pasaba, y llego cada vez más despacito hasta llegar a unos pies que de un árbol estos colgaban, nos quedamos de piedra y afligidos en ese instante, mirando aquel cuerpo de un desgraciado allí delante, aquel anciano al que la incomprensión y la soledad su vida le había arrebatado en un instante, dejándole solo aquel amigo que nos estaba buscando y que junto a sus pies esperaba que fueran a descolgarle.
Luego pasaron los años y muchos lustros después en aquel camino de cabras una carretera encontré, por la que iba circulando cuando con aquel árbol me tropecé, y parando de repente ante el mismo mis respetos presente, recordando aquel suceso del anciano que su nombre no sabré, aunque por aquellos solitarios lugares si agudizas el oído, de su más fiel amigo y que siempre iba junto a él, escucharas los ladridos.
Joanmoypra/enero/2012
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