miércoles, 8 de febrero de 2012

CAPITULO I (El comienzo de mi historia) ./////.

Y ese era el motivo, por el que se dirigía, a visitar a un familiar que muy buena posición tenía, a solicitar una ayuda que su padre al regresar con creces le pagaría. Hablamos de muchas más cosas que con el tiempo olvide, pero hay otras que aunque cien años dure siempre las recordare, como aquellos bellos cantares que de su boca salieron, mientras todos aquel  intransitable camino andábamos, como palurdos arrieros. Nuestra primera parada en Bolaños ocurrió, cerca de un viejo castillo que en ruinas y gran deterioro hace mucho tiempo quedo, dejando esparcidos sus huesos entre la tierra y el sol y muy cerca de algunos descarriados olmos que nadie sabe quien plantó.

Continuamos la marcha y aceleramos el paso, al comprobar que sobre el horizonte polvo vimos levantado por caballos, o manada de animales que venían galopando. Seguíamos nuestro avance sin impedimento alguno, pero con preocupación al saber que esos lugares eran un poco inseguros. Cuatro leguas mas o menos habíamos pasado ya cuando a lo lejos divisamos cinco jinetes no más, y mi abuelo que era un lince nos llamo a parlamentar: - No me fio de los que vienen,  - al instante aseveró;    - debemos estar atentos por si lo requiere la ocasión y cubrámonos las espaldas, - con lo que al final concluyo. Agarramos las espadas y otros utensilios guerreros y agrupados todos juntos nos quedamos en silencio a la espera de los que venían sin orden y sin concierto: de entre todos destacaba un barbudo impresionante con yelmo, lanza y una espada muy brillante, que no parecía un bandido si no un “Caballero andante”, el resto eran vulgares como la ratas del campo, que cuando el jefe cae, ellos por la carroña se despedazan, como los furiosos gatos.

Se destaco el de la barba y con voz muy altanera pidió el peaje obligado por atravesar sus tierras, que de no ser satisfecho en aquel preciso instante, todo aquello que portábamos propiedad de ellos era y que no lo intentara impedir nadie, o de lo contrario quedarían nuestros cuerpos destrozados y el campo regado con nuestra plebeya sangre.

Ellos eran uno más y nosotros uno menos, pero una cosa teníamos que no tenían ellos, la fuerza de la razón que por la justicia y el honor engrandece a nuestras almas. Nuestro jefe dijo cuanto y el barbudo se paso, aquello no era un peaje era simplemente un asalto sin ninguna compasión, la suerte ya esta echada y empezaba esta función.

La táctica era muy simple y a ello nos pusimos, derribar sin compasión al que con la barba vimos, los otros ya sin el jefe huirían como cochinos y nosotros podríamos tranquilamente seguir a nuestro destino.
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